Yo no era nadie, vivia junto a otros tantos como yo, nada me distinguía y todo era una monotonía seria. Miraba al cielo, observaba su color, su brillantez, la lucidez de sus ideas, la calidez de sus luces, la inmensidad de su ser, todo era perfecto...pero no para mí. Me faltaba algo, esa chispa interna, que algunos llaman alegría, otros vida, otros muerte, eso que mueve al tiempo y que, en discordia con todo, no dura eternamente ni es universal.
Decidí que era la hora; no quería quedarme allí por más tiempo, no queria pasar desapercibida nunca más, quería dejar huella y saborear lo bueno de la vida, quería ser, al fin y al cabo. Comencé a moverme lentamente, sin empujar a los demás y sin intentar llamar la atención, y vi cómo todo cambiaba a mi alrededor: el cielo giraba como si de una bola de cristal azul se tratara, como si el mareo de una borrachera la tuviera bajo su efecto. Qué bella imagen, por fín adoraba mi existencia.
No recuerdo bien el momento en que no sentí sólido bajo mis pies, caía y caía y nada me detenía; pasaban borrosas figuras ante mis ojos, no podía distinguir nada, y para cuando me dí cuenta de la belleza de lo irreal, de lo que no tenia forma ni significado, toqué el suelo y mi ánima se apagó lentamente, comenzando así una nueva existencia...