(También es vejecillo)
Bajo las sombras la noche, casi invisible y con un aleteo silencioso, un búho se cernía sobre un incauto roedor, demasiado grande para ser un ratón, y demasiado pequeño para ser una rata.
-¡Parece una cobaya, papa!- Gritó entusiasmado Juan.
Como todo los veranos, padre e hijo salían una noche, prismáticos en mano, para observar los movimientos de los animales nocturnos en la finca familiar. Pese a que ya se consideraba a si mismo como “mayor”, por tener once “añazos”, Juan seguía entusiasmándose como el primer día.
-No es una cobaya... ¿No ves la cola?- Corrigió Diego.- Es una ardilla.- Añadió, mientras el pobre animal profería un chillido agudo y lastimero presa de las afiladas garras de la rapaz.
El chico miraba la escena con una frialdad y una entereza impropia de un niño. Sus intenso ojos azules se quedaron prendados de la orgía sangrienta que se estaba sucediendo ante el. Sin pestañear, sin inmutarse si quiera.
Era la primera vez que presenciaba una escena como esa. Era la primera vez que veían en directo la lucha por la supervivencia en la naturaleza.
-¿Sabes, papa? Si pudiera volver a nacer, me gustaría ser un Búho. Es el malo perfecto. Rápido, invisible y “siligioso”. No deja huellas y es eficaz.- Comentó Juan.
Diego dio un respingo hacia atrás. No podía creer lo que estaba escuchando de boca de su pequeño, el cual, no solo disfrutaba con la carnicería que tenía ante el, sino que había descrito perfectamente el modus operandi de un asesino.
-Si...sigiloso, Juan, se... se dice sigiloso.- Alcanzó a decir mientras un escalofrío recorría su espalda. Tragó saliva y se incorporó. –Será mejo que nos vayamos a casa.- Añadió.
-Si gi lo so. – Se repitió para s mismo un par de veces mientras tomaban rumbo hacia el viejo caserón que se ubicaba en el corazón de la finca, al final del sedero de los nogales.
Todavía impactado por lo sucedido, Diego arropó al pequeño Juan y le dio su correspondiente beso de buenas noches.
-Sigi... sigiloso.- Dijo Juan con expresión triunfal.
-Muy bien.- Le premió su padre revolviéndole la mata de pelo castaño.
Tras asearse y ponerse su raido pijama de verano, Diego encaró la puerta de su habitación, pero cuando las yemas de sus dedos no habían hecho mas que rozar el pomo de la puerta, notó una corriente de aire a su espalda que le heló la sangre. Lentamente, y con su castigado corazón a doscientas pulsaciones, comenzó a darse la vuelta.
-Papá, ¿tu crees que mamá volverá algún día?- Preguntó Juan con los ojos bañados en lágrimas.
Aliviado Diego abrazo a su hijo y mirándole a los ojos, le fue franco. –Mamá no va a volver, cariño. Mamá está en el cielo con el abuelo, pero ya hablaremos de eso mañana.- Contestó ahogando las lágrimas. -¿Quieres dormir esta noche conmigo?- Añadió.
-No... da igual... es... es solo que la hecho de menos.- Replicó entre sollozos. –Tengo que ir a hacer pis.- Concluyó, mientras se marchaba correteando hacia el aseo.
-Yo también la hecho de menos. – Contestó pesadamente Diego, sin saber el poco tiempo que quedaba para encontrarse con su esposa en el cielo.
Tras bajar a comprobar que la puerta que daba a la calle estaba cerrada, volvió a dirigirse al dormitorio. Abrió la puerta y no le dio tiempo a reaccionar y ver lo que se abalanzó sobre el.
Como un rayo, una sombra lo atacó. Sobresaltado y desorietado, sintió un corte en el pómulo derecho, donde comenzó a manar un chorro de sangre tibia que le empapó parte de la cara.
Un intenso dolor en el pecho hizo acto de presencia. Un dolor que le era familiar, y que se agudizó y le paralizó el brazo izquierdo. No pudo gritar, y cayó fulminado al suelo.
Mientras exhalaba su último aliento y se agarraba desesperadamente a los último esbozos de vida que le quedaban, pudo ver a un pequeño búho apoyado en la barandilla de las escaleras.
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Mi tecado tiene, no ya vida popia, sino hamre, y se cme mucas letra, así qe os pdo prd'n pr anticpdo.